Por Juan Rincón Vanegas - @juanrinconv
‘El Mono’, así lo conocen todos. Es el
mismo que llega cada tres meses en bicicleta desde Santa Marta al
cementerio de San Juan del Cesar, La Guajira, para limpiar y poner
flores en la tumba de Juancho Rois.
Con toda la paciencia del mundo lava y
limpia la lápida. Se le pasa gran parte del tiempo rezando, y escuchando
desde su celular el sonido del acordeón de su adorado artista. Siempre
explica que para él, Juan Humberto Rois Zuñiga es el acordeonero más
grande del mundo.
Esta historia la relató con pelos y
señales el celador del campo santo, Jesús Guerra Montaño, quien
manifiesta que ‘El Mono’ estuvo el pasado 21 de noviembre cuando se
cumplieron 21 años de la muerte de Juancho Rois.
Sin preguntarle dice que “Juancho es el
difunto que más visitas tiene en el cementerio”. Se queda como haciendo
la cuenta de las personas que llegan hasta su tumba y anota: “No me
atrevo a dar una cifra, pero es bastante el número a pesar de que han
pasado tantos años de su muerte”.
Recuerda que las personas que llegan
tienen su propia historia que contar, y también cuando lo visita su
único hijo, Juancho Rois Dereix, quien habla de su papá como si lo
hubiera conocido. “Cuando Juancho Rois murió, él niño estaba en el
vientre de su mamá”, expresa.
Entonces Jesús Guerra, de un momento a
otro regresa el tiempo a la velocidad de un rayo y recuerda a Juancho
Rois en sus inicios como acordeonero.
“Yo me paraba a verlo tocar cuando en el
colegio El Carmelo había actos culturales y también cuando lo hacía en
la puerta de su casa. Tenía una creatividad extraordinaria. Nunca se me
olvida esa época”.
Los tres letreros
A la entrada del campo santo aparece un
letrero de reflexión: “Aquí confina la vida con la eternidad”. Más
adelante aparecen dos especiales: “Se hacen servicios de limpieza,
reparaciones, saque de cadáver y sellado de bóvedas”. Y “Se hacen
lapidas en mármol, aluminio y bronce”.
Cuando se ingresa y se dobla a la
izquierda con rumbo a la tumba del inolvidable artista se hace una
advertencia en un nuevo letrero. “Prohibido arrojar basura en el lugar
santo y de paz”.
Al llegar, la lápida la adorna un
acordeón y tiene una leyenda que firman su esposa e hijo: “Juancho Rois.
Lloramos tu ausencia, pero conservamos tus gratos recuerdos porque
fuiste muy bueno. En nuestro corazón perdura tu sonrisa, tu bondad y tu
nobleza”.
Con el correr de los minutos fueron
llegando varias personas que se detenían cerca de dos minutos a rezarle y
tocaban su tumba, pero de repente apareció Hernán José Ariza, quien
señaló que tenía una interesante historia para contar. Después de
ponerle flores habló. “Conocí muy de cerca a Juancho Rois. En una
ocasión quise aprender a tocar acordeón y Juancho fue mi maestro. Por la
amistad que teníamos me enseñaba gratis”.
Al pasar el tiempo el alumno no rindió
lo que se quería, “Era un poco chapucero”, relata, y decidió dejar todo
a mitad de camino.
“Más bien en mi carro montaba a Juancho
con su respectivo cajero y guacharaquero y dábamos vueltas en el pueblo
para alegrar las calles. Era una serenata pública con motivo o sin
motivo”, manifiesta Hernán.

Se queda callado como deteniendo el
tiempo y cuenta que Juancho fue una gloria del folclor vallenato. Sus
momentos más trascendentales fueron al lado de Diomedes Díaz con quien
nunca se cansó de entregar éxitos musicales.
En la conversación interviene el celador
para decir que frecuentemente al cementerio llegan músicos a poner
serenatas y nunca falta la canción ‘Las notas de Juancho’, la que le
dedicó Diomedes Díaz para exaltar su grandeza.
En ese instante todos se quedan callados
y el silencio aprovecha para hacerles el coro, porque era la hora
precisa de recoger pedazos del ayer y armar el rompecabezas del ser que
pasó por la vida regalando su talento.
La anécdota de la abuela
El célebre acordeonero vivió mucho
tiempo en la casa de su abuela paterna, Rosa María Fernández de Rois,
cuyos restos mortales están ahora al lado de los suyos.
En cierta ocasión Juancho quería ir a
Valledupar al baile de lanzamiento del primer disco de Beto Zabaleta con
Emilio Oviedo, pero sabía que su abuela no lo iba a dejar viajar.
Entonces, con su astucia sanjuanera, se puso de acuerdo con sus amigos
Joseito Parodi Daza y Armando Sarmiento para asistir al evento. Se
acostó a las siete de la noche y dos horas y media después cuando todos
dormían, se escapó para Valledupar.
Esa noche le dieron la oportunidad de
tocar en la tarima y demostró su sabiduría musical. Como a las tres de
la mañana retornó a San Juan del Cesar y se acostó como si nada hubiese
ocurrido.
En las horas de la mañana, por la
emisora Radio Guatapurí hicieron el comentario del baile y de la
actuación especial de Juancho Rois. Cuando su abuela Rosa María escuchó
el comentario expresó: “Vee, ese radio está loco, y que Juancho tocó
anoche en Valledupar. Mucha mentira esa, si se acostó temprano y mira
que todavía es la hora y está durmiendo”…

Vive en el recuerdo
Cuando caía la tarde y Jesús Guerra
Montaño estaba a punto de cerrar su jornada de trabajo contó que asistió
al sepelio de Juancho Rois, pero nunca pensó que el destino lo llevaría
a estar diariamente tan cerca de su tumba.
“Me salió este trabajo en el cementerio y
acá estoy. Me toca dar vueltas y vueltas y cada vez que paso por la
tumba de uno de los hijos más queridos de San Juan del Cesar, me acerco,
le pido que todo salga bien y eso si, me acuerdo cuando Diomedes lo
llamaba: Juanchoo”.
El tiempo pasa, pero el nombre de
Juancho Rois sigue pegado en el corazón del pueblo sanjuanero que nunca
olvida su trajinar por la música vallenata a la que hizo sonreír con su
acordeón.
De lejos muy lejo’ un acordeón
de notas muy lindas yo escuchaba
y por esa nota acentuada
yo dije enseguida es Juancho Rois.
Y me despedí de donde estaba
y me fui al compás del acordeón
y cuando iba llegando a la parranda,
ay, precisamente era Juancho Rois.
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